Santo Entierro de Cristo

La devoción callada al Señor del Santo Entierro es tan profunda e íntima como el peso de la historia. Unos ven en Él el rostro al que rezaron sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos; otros la piedad del que íntimamente llaman Señor de los Milagros o de las promesas, aquellas sobre las que apoya su cabeza; los niños, tiernamente, al Señor de la "Cunita", que está Dormido. 

La primitiva imagen del Señor Difunto,  la describe Calvo (2019)


"La imagen tenía melena tallada, pero en ocasiones se le colocaba una larga cabellera de pelo natural que caía sobre sus hombros. Sobre su cabeza solía llevar tres potencias doradas y una corona de espinas metálica.

Durante el Barroco fue habitual la colocación de cabelleras naturales a las imágenes devocionales, ya que se buscaba una sensación de verismo lo más perfecta posible. El uso de estos postizos contribuía a hacerlas más accesibles, más reales y sobre todo más humanas. En las imágenes cristíferas se intentaba asemejarlos a un hombre en nada diferente al ser humano, dotándolos sin duda de una mayor plasticidad rígidos, y las manos se mostraban abiertas con los dedos ligeramente flexionados. Ambos pies aparecían clavados a la cruz, superponiéndose la pierna izquierda a la derecha.


El paño de pureza estaba tallado, era de proporciones pequeñas, liso y muy sencillo. Se pueden apreciar una serie de heridas en las dos rodillas, unos largos regueros de sangre que recorrían sus mejillas y cuello, la herida en su costado derecho y otros regueros que partían de las llagas de las manos y que recorrían sus brazos."


El amor convertido en heroicidad hizo que la cabeza del Señor del Santo Entierro que había sido arrastrado con una soga por las escalinatas de la Parroquia fuera rescatada y que con devota generosidad fuera devuelta a la Parroquia, para que los onubenses siguiéramos fijando nuestras oraciones en el rostro al que rezaron las pasadas generaciones. León Ortega, con la madera de un ciprés del cementerio, que dio también su sacrificio para que se tallara la cruz de guía, supo darle un nuevo cuerpo al Señor Yacente, que rememorará las finas líneas del cuerpo destruido. 

El Catálogo General de la Obra de León Ortega describe así la imagen:

"La imagen de Cristo Yacente, que se expone de cúbito supino, con los brazos alineados con el cuerpo, manos semicerradas con los dedos flexionados, con los signos de muerte plasmados, con cinco heridas.

La cabeza se encuentra inclinada a la derecha. En el rostro aparece la boca abierta con lola lengua y los dientes superiores tallados y los ojos entreabiertos. La cabellera está partida en dos, conformada por líneas onduladas, enmarca el rostro quedando la frente despejada. Los cabellos caen por la nuca y espalda. La cabellera está tallada en bloque, no sobresale ningún mechón de cabello. La barba bífida no es muy larga, pero mantiene el mismo tratamiento que la cabellera.

El sudario es estrecho ciñéndose a la cintura, con pliegues que convergen en la zona de la entrepierna, las piernas ligeramente flexionadas, más la derecha que la izquierda y alineadas entre si, los pies se encuentran cruzados, montando el derecho sobre el izquierdo. La policromía empleada es de tonos claros macilentos, que dotan a la imagen de un mayor realismo propio del pasaje evangélico que representa." 


*Historia de las cofradías penitenciales de Huelva y de su imaginería sacra antes de la Guerra Civil española.  Calvo-Lázaro, Rocío. 2019. pág. 173.